Columna de sustentabilidad por Javiera Salazar, presidenta de la Comisión de Sostenibilidad de la AMDD y directora ejecutiva de Green Drinks Santiago.
Este año 2025 la sostenibilidad empresarial enfrenta un entorno marcado por incertidumbres políticas, sociales y económicas que desafían su avance coherente y auténtico.
Esta situación responde a un contexto especialmente desafiante, caracterizado por transformaciones significativas en el entorno empresarial y regulatorio. Entre los hitos más relevantes, se encuentra la eliminación o reducción de criterios de diversidad e inclusión por parte de diversas compañías y organizaciones en Estados Unidos.
Esto ha generado un efecto dominó global, cuestionando el compromiso real de las empresas con valores sociales y éticos fundamentales, y debilitando uno de los pilares claves del enfoque ASG (Ambiental, Social y Gobernanza).
Por otro lado, la creciente exigencia de traducir los compromisos ASG en acciones concretas, ha llevado a exigir mayor transparencia, trazabilidad y métricas medibles, que muchas empresas aún no han logrado integrar efectivamente. Diversas compañías han enfrentado críticas por greenwashing o simulación de acciones sostenibles sin resultados tangibles.
Por último, el contexto mundial y nacional volátil, con diversos conflictos geopolíticos, inflación y crisis climática ha llevado a dificultar una planificación a largo plazo.
Esta encrucijada a la que se ven sometidas las empresas, nos obligar a cuestionarnos lo siguiente: ¿vamos bien encaminados o estamos respondiendo a tendencias y presiones externas sin un rumbo claro? Todas las empresas deben evolucionar hacia una implementación más auténtica y medible o corren el riesgo de implementar la sostenibilidad como un concepto vacío frente a la presión social por falta de credibilidad.
Todos estos factores nos invitan –más que nunca– a repensar las estrategias de las empresas, fortalecer la colaboración intersectorial y avanzar hacia modelos de negocio más resilientes, responsables y sostenibles.
La incertidumbre que vivimos exige un liderazgo con propósito y que sea valiente, capaz de tomar decisiones y ejecutarlas basadas en evidencia científica, que sea medible y cuente con un compromiso real a largo plazo. Si no, el riesgo será desaparecer por falta de adaptación, pérdida de confianza y desconexión con las nuevas expectativas sociales, ambientales y de gobernanza, las cuales son claves para definir la verdadera competitividad y rentabilidad de las empresas.