Columna de sustentabilidad por Francisco Órdenes, fundador de MEAT Group.
Cuando hablamos de inteligencia artificial (IA), hay algo que siempre sale a la luz: el impacto que genera en el mundo. Que consume demasiada agua. Que enfría centros de datos. Que este avance tecnológico tiene un lado oscuro.
Y sí, es verdad. Pero no es TODA la verdad.
Muchos centros de datos aún funcionan con sistemas de enfriamiento por evaporación, donde una parte del agua se pierde. Pero también existen tecnologías más avanzadas: circuitos cerrados que reutilizan el recurso, e incluso sistemas de enfriamiento por aire que no requieren agua en absoluto. La tendencia es clara: migrar hacia modelos más sostenibles.
Entonces, no es tan simple como decir “la IA daña el planeta”.
El problema no es la tecnología. El problema es cómo decidimos integrarla. Y esa es justamente la conversación que necesitamos abrir, porque si solo vemos el lado oscuro, nos quedamos inmóviles. Y si solo vemos la promesa, avanzamos a ciegas.
La clave está en entender que toda innovación trae consigo un costo, pero también una oportunidad de evolucionar.
En MEAT Group no miramos la IA con miedo y tampoco con una ingenuidad exagerada. Sabemos que tiene un costo tremendo relacionado con el consumo de energía, el impacto ambiental y cambios en la forma de trabajar.
También entendemos que parte de ese riesgo puede convertirse en inversión si usamos la IA con criterio y si no buscamos reemplazar personas, sino potenciar lo mejor que tienen para dar.
Por eso, ya aplicamos IA en nuestros procesos internos y en los de nuestros clientes para optimizar tiempos y automatizar tareas que antes drenaban energía humana innecesaria. Y, lo más importante: para lograr resultados más rápidos y mejores, sin sacrificar calidad.
No se trata de correr más rápido. Se trata de correr mejor, de preguntarnos qué estamos dispuestos a hacer con el poder que tenemos en las manos. El verdadero impacto no lo define el algoritmo, lo definimos nosotros. Dependerá de cómo la diseñamos, cómo la usamos y, sobre todo, para qué decidamos usarla.
Porque el punto no es sólo que la IA consuma recursos, es que, si la aplicamos bien, puede ayudarnos a medir, reducir y optimizar el uso de agua, energía y materiales en industrias que hoy siguen operando con modelos ineficientes.
Desde la agricultura hasta la logística; desde la salud hasta la construcción, todo lo que el ser humano hace deja huella. Lo importante no es negar ese impacto, sino potenciar herramientas que nos permitan hacerlo mejor.